No sabría decir qué era más admirable en Carlos Gaviria Díaz, si su sencillez, su proceder intachable o su grandeza intelectual. Tuve la oportunidad de cruzar unas palabras con él en el Puente Aéreo del Aeropuerto Eldorado cuando fue candidato a la presidencia, sin mediación alguna; y después, unas pocas más por teléfono en algunas ocasiones. Esto, producto de su sencillez, bastó para impresionarme y admirarlo profundamemente.
La ética no se enseña: se ejemplifica. Y eso fue su vida, un ejemplo ético a seguir. Ahora que están sumidas en una profunda crisis casi todas las instituciones que representan al Estado Colombiano, deberían repasarse la vida, el pensamiento y la obra de esta figura descomunal que fuera magistrado de la Corte Constitucional entre 1993 y 2001 y su presidente en 1996. Las nuevas generaciones harán bien en recoger sus enseñanzas.
Su paso por la Corte no lo hizo solo como erudito jurista. Los fallos trascendentales e innovadores en los que participó los hacía con sustentaciones que se recuerdan como verdaderas obras maestras del pensamiento. Lo mismo puede decirse de su paso por la Academia, como profesor universitario.
No pretendo hacer una biografía más, oficio para el que no estaría preparado. Sobre ella el interesado puede encontrar una gran variedad, unidas todas ellas en una característica común: destacar su figura descomunal en lo intelectual y en el actuar íntegro con que acompañaba su pensamiento. Terminaré esta nota suministrando al lector algunos enlaces en donde pueda informarse de muchas de las vicisitudes de su vida ejemplar y de alguno de sus discursos memorables.
Empiezo por la conferencia que ofreciera en el
Gimnasio Moderno de Bogotá recientemente (su última intervención en público):
¿Cómo educar para la democracia? Citando a Benjamin Erhard nos dice allí: "La ilustración (léase educación) es el primer derecho del pueblo en una democracia." Una rememoración de algunas de sus intervenciones que pusieron a pensar al país las encuentra
aquí.
La contradicción entre las ideas liberales y el liberalismo de mercado fue algo que resaltó. A la par con la crítica a este último, el liberalismo filosófico guió su pensamiento y su acción. Al magistrado Gaviria debemos buena parte de los avances que se han logrado en materia de eliminar todo tipo de discriminación y aceptar la diferencia.
Llama la atención Jorge Cotes en la Revista Semana al hecho de que es un milagro que Carlos Gaviria muriera de viejo, rodeado de su familia,
y no asesinado por las balas de los paramilitares y grupos de extrema
derecha que han sembrado el terror en el país. Tal vez el peligro de muerte más cercano ocurrió durante la época de Carlos Castaño, cuando fue asesinado su entrañable amigo Héctor Abad Gómez (1987), presidente del Comité por la Defensa de los Derechos Humanos en Medellín. Gaviria era el vicepresidente, y la mejor decisión que pudo tomar en ese momento fue exiliarse, lo que hizo solo por dos años.
Lo más destacado que nos deja, más allá de una vida ejemplar y sus enseñanzas maravillosas, es lo que el editorialista de El
Espectador y otros comentaristas resumen en esta frase: Ayudó incansablemente a la construcción de un país más decente. Continuar en ese empeño es el mejor homenaje que podemos brindarle. Ojalá los togados de los nuevos tiempo, marcando diferencias con los responsables de la crisis actual de la justicia, recojan su ejemplo y sus enseñanzas, para materializar la aspiración que, acorde con su pensamiento, proponemos como visión a largo plazo:
Conformar en Colombia un nuevo ethos cultural que nos permita generar nuevas formas de pensar, sentir y actuar. Puede descansar en paz, porque su vida no fue en vano, ilustrísimo maestro.