El futuro de Colombia va a estar profunda y directamente relacionado con la capacidad que los colombianos tengamos de organizar la educación; la hija de la educación: la ciencia; y la hija de la ciencia: la tecnología.
(Rodolfo Llinás, Documentos
de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, Tomo I.)
Con estas palabras, hará dentro de poco un cuarto de siglo que nuestro más eminente neurólogo asumió El Reto de conformar la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, o como la denominaron los medios desde entonces, la Misión de sabios, al lado de nueve ilustres colombianos más, entre ellos solo una mujer: Ángela Restrepo. Es lamentable que la carta de navegación diseñada por la Misión no solo cayera en el olvido “acumulando polvo en ilustres bibliotecas”, como dijera Carlos Eduardo Vasco, otro de los sabios; en realidad, el rumbo de Colombia se extravió. Una década después surgió el «Proyecto Ethos Buinaima», en un intento por rescatar y actualizar las recomendaciones de la Misión en el terreno educativo. Fue quizá un par de años después cuando por casualidad me encontré en La Habana con Gabo, otro de los Sabios. Su escepticismo no aceptaría reversa: “Colombia ya no tiene remedio”, me dijo lacónicamente. Con el paso de los años, el optimismo de Llinás, de Patarroyo y de casi todos los ex comisionados también sucumbió. Gabo murió antes de la reelección de Juan Manuel Santos, quien supo aprovechar el temor que generaba entre los electores un nuevo periodo uribista, por definición belicoso. “Preferimos la paz”, fue sin duda alguna el mensaje del electorado. Dudo mucho que la opinión de García Márquez hubiera sido diferente a la del escritor William Ospina en su momento. A este último se le criticó duramente su escepticismo frente a la reelección de Santos.
La pregunta que nos formulamos ahora los colombianos
es qué tipo de paz se avecina para Colombia. ¿La paz simplemente significa que
las FARC dejen las armas e ingresen a la política? Llinás habla en su texto de
una redefinición del desarrollo humano,
un avance de la educación, la ciencia y la tecnología que genere un nuevo ethos cultural, “que supere la
pobreza, violencia, injusticia, intolerancia y discriminación que mantienen a
Colombia atrasada socio-económica, política y culturalmente”. (Llinás, op.cit.) El Reto, como se titula el
texto del promotor de la Misión,
podría escribirse de nuevo en supuestas vísperas de la paz, sin necesidad de cambiar mayor cosa salvo la fecha (un
cuarto de siglo después) y reconocer que las condiciones socio-económicas de la
población marginada, la inmensa mayoría, se han agravado, que la calidad del
sistema educativo ha empeorado, que la financiación del sistema de ciencia y
tecnología, a pesar de que ha aumentado considerablemente el número de investigadores y de grupos destacados, pasa por un periodo crítico.
Por eso el I Congreso
Internacional de Ciencia y Educación para el Desarrollo y la Paz, que se
realizará en la Ciudad Universitaria (plenarias en el auditorio del Centro de
Convenciones Alfonso López Pumarejo) los días 21 y 22 de abril próximo, debe empezar por
enviar una carta abierta de los académicos y de los educadores al Señor Presidente de la República manifestándole nuestros temores, no frente a un proceso de paz al que apoyamos, pero sí por las acciones concretas que se han tomado por parte del Gobierno, o mejor la falta de acciones para que el postconflicto no se convierta en un receso del conflicto que puede tender a agravarse si las condiciones sociales (y ambientales), como ha ocurrido, siguen empeorando. Es pertinente lo
que ha retomado el Rector de nuestra Alma Máter, profesor
Ignacio Mantilla, en su reciente nota publicada en El Espectador: ¿Propósitos nacionales
o proyectos editoriales? refiriéndose a la educación superior. Utilizando sus palabras en un contexto más general: estaremos produciendo en
el año 2035 un nuevo documento de otros autores (todos distintos, porque algunos
de nuestros sabios, o ex-sabios, como
jocosamente suele decir ahora Vasco, no habrán sobrevivido al paso de los años, y
los sobrevivientes estarán tan escépticos como Gabo, Llinás y Patarroyo), para plantear las metas que la
educación, la ciencia y la tecnología deben alcanzar en 2050, que recoja
las recomendaciones de una Nueva Misión de
Sabios, anhelos que debieron hacerse realidad antes de que fuera demasiado tarde.
Impulsemos una reflexiva carta abierta al Señor Presidente de
la República para que tome en serio el asunto de la paz: sin desarrollo, es decir, sin
educación, ciencia y tecnología que lo facilite, sin un desarrollo que sea a la
vez humano, integral, equitativo y sustentable, como proponía la Misión hace un
cuarto de siglo, la retórica de la paz será vacía. Por el contrario, puede surgir un conflicto de
mayores proporciones que nos impida el desarrollo en los siguientes 50 años. En ese sentido, aunque no comparto del todo sus opiniones, acojo las críticas que el profesor Carlo Toñati formula en su columna Colciencias sin postconflicto.
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