viernes, 30 de septiembre de 2016

¿QUÉ PUEDEN HACER LAS CIENCIAS POR LA PAZ EN EL POSTCONFLICTO? (I)



Esta serie de reflexiones no pretende dar respuesta a tan importante pregunta. La primera, en vísperas del plebiscito que ha polarizado de nuevo a nuestra sociedad, parte de una inquietud. Es probable que el resultado ponga fin a la polarización, pero también puede ocurrir todo lo contrario. Yo VOTO por el lado positivo. En anteriores columnas he tratado de explicar por qué.
Hagamos, para empezar, un poco de historia. Pocos han explorado la contribución de José Celestino Mutis a lo que generó "El 20 de Julio" y por ende "La Batalla de Boyacá", cuyo bicentenario se aproxima. Lo mismo puede decirse de personajes como Francisco José de Caldas, y aunque en terreno diferente, de Antonio José Nariño y muchos otros próceres de la Primera Independencia. Sea propicia la ocasión para examinar una y otros: ese aporte y el significado de los bicentenarios.
Dejando como tarea al lector inquieto reflexionar sobre esos dos aspectos que trataré después, me concentraré en la inquietud anunciada con el título, la cual enuncio de esta manera: "¿Qué puedo yo, como científico o como estudiante en uno de sus campos, aportar al proceso que se iniciará, para dar una fecha, el 3 de octubre de 2016?"
Aunque parezca una pérdida de tiempo o simplemente un asunto sin conexión con la pregunta, es necesario empezar por preguntarse qué es la ciencia hoy. Cuando se habla de CIENCIA con mayúsculas, o simplemente del conocimiento científico, se suele asociar con las ciencias naturales y eventualmente con las matemáticas. Nada es más equivocado. El problema es epistemológico y a ese tampoco pretendo dar una respuesta. Para resumir mi posición, diré que CIENCIA y ACADEMIA son hoy en la práctica sinónimos, y aplazaré mis argumentos para otra ocasión.
Tomaré un punto de partida que suele asociarse con el reduccionismo. Empezaré por afirmar, como lo he hecho en otros escritos, que materialismo en el siglo XXI no es lo mismo que hace 2 o más siglos: ha sido un término que ha evolucionado al punto de que quienes se declaran materialistas hoy pueden estar tan confundidos o más que los espiritualistas de antaño. Siempre habrá dos posiciones antagónicas. Es difícil hacer un análisis holístico de cada situación. Cuando se habla de ciencias y se asocia con naturales y exactas, por un lado no se examina la tremenda diferencia entre, por ejemplo, la física y las matemáticas, y por el otro, la gran interrelación que debe darse entre una y otras.
¿Qué pensará el lector si afirmo que en el siglo XXI, hoy más que nunca y mañana muchísimo más, puede hablarse con mayor rigor que en siglos anteriores de las ciencias de la educación y de la pedagogía? La pedagogía es en gran medida un arte, y la medicina lo fue en el remoto pasado, cuando distaba mucho de ser una ciencia. Aunque el término ciencias de la educación es de vieja data, la educación basada en el conocimiento del cerebro, que es a lo que me refiero al emplear el término, está apenas empezando a ganar terreno. Habrá que buscar la convergencia de la neurociencia, la psicología y la pedagogía, si se quiere impartir una educación de excelencia hoy. Este es apenas un ejemplo de transdisciplinariedad más que interdisciplinariedad.  Citando a Carlos Eduardo Vasco e inspirado por Gabriel García Márquez, miembros honorarios de la Corporación Buinaima,  agregaré simplemente que: la ecología y la economía no pueden seguir divorciadas, así como tampoco el arte y la ciencia pueden seguirse viendo como hermanas enemigas.
Para concluir por hoy, dejo planteada la inquietud: ¿pueden la educación y la pedagogía seguir desconociendo los avances que se han dado, y sobre todo los que vienen, en neurociencias y en el conocimiento a fondo de ese órgano maravilloso que nos hace humanos? ¿Podrá de alguna manera ese conocimiento científico, refiriéndonos ahora en general a la ciencia y sus aplicaciones, contribuir a la construcción de una paz verdadera? Yo VOTO POR EL SÍ, y en próximas columnas trataré de explicar por qué. 
En otras y en nuestra página (www.ethosbuinaima.org), iremos más allá en la divulgación de las ciencias y sus aplicaciones, incluidas las ciencias sociales y humanas, sin dejar de lado las artes, las matemáticas, las tecnologías y, por supuesto, el conocimiento ancestral. Hasta entonces.

jueves, 8 de septiembre de 2016

PA'QUE SE ACABE LA VAINA, y no vuelva a ocurrir nunca jamás…

…LA EDUCACIÓN SERÁ EL ÓRGANO MAESTRO


Es indudable que muchas circunstancias dificultarán el tránsito hacia la paz, o mejor, hay actores que se benefician de la guerra. Desconocerlos no disminuirá su riesgo; por el contrario, identificarlos nos ayudará a crear las bases para una verdadera paz. Creer que la paz llegará con la refrendación de los acuerdos en La Habana es ingenuo. No aprovechar el momento histórico para un “punto de quiebre” hacia el futuro de Colombia es estúpido. Sobrada razón le asiste a John Carlile, escritor y periodista británico, al comparar el “oso” (fue peor) que hizo el Reino Unido cuando dejó la Unión Europea, con lo que ocurriría en Colombia de ganar el NO (sería mucho peor), para afirmar: “Nada disolverá la percepción universal de que Colombia es un país retrógrado y absurdo si sus habitantes niegan su apoyo al acuerdo final para la terminación de medio siglo de conflicto con los narcodinosaurios de las Farc y la construcción de una paz estable y duradera.” Por desgracia, la sola refrendación no es suficiente, es apenas un primer y tímido paso, pero muy importante. La violencia política acumula por lo menos otro tanto de lo que dice Carlile, porque no se inició con las Farc. Hoy las causas principales son la inequidad y la ineficacia del sistema educativo.
Prometí en mi anterior columna escribir sobre la importancia de la educación y la ciencia en el desarrollo y la paz. Empezaremos en esta por la educación y la pedagogía, para examinar el papel de la ciencia en la próxima entrega. La primera tarea del educador y del educando, del abuelo al bisnieto, del amigo a su parcero es discutir el tema. Preocúpese aquel que en su corazón no encuentre albergue para el campesino humilde que se convirtió en guerrillero por la fuerza de los hechos y no siente que otra oportunidad es posible.
La bala convertida en boli (bolígrafo), símbolo que entregara el presidente al líder político de las Farc, es una brillante ocurrencia del diseñador al comparar el salto que debe darse para cambiar de la historia de violencia secular a la perspectiva de un desarrollo que pueda ser humano, integral, equitativo y sustentable, a partir de la educación. Los beneficiarios no serán solamente las nuevas generaciones de colombianos, también el medio ambiente, en el que podrán convivir en armonía. La educación de excelencia con equidad dentro de una pedagogía para la paz será la mejor apuesta. Los guerrilleros reinsertados no van a ser quizá (o tal vez sí) los mejores exponentes de esa pedagogía, pero tampoco pueden serlo (esos sí que no) los políticos corruptos que abundan por doquier en nuestro medio; es a partir de los más destacados centros de enseñanza que tiene Colombia desde donde se generen esos espacios para un cambio gradual que transforme las prácticas políticas y que tomará al menos medio siglo. En cambio sí los primeros podrán aportar toda su experiencia en el manejo de los asuntos del campo, cuando se les brinde la oportunidad de la reincorporación a la vida civil a través de la educación, oportunidad que antes no tuvieron.
Habrá que mirar todavía más atrás, para entender lo que pasó en todos esos años que condujeron a una ruptura del tejido social, a la fallida configuración del Estado-Nación, a las guerras civiles que llevaron al desencadenamiento de la violencia bipartidista, a los siglos transcurridos sin que se diera solución al problema agrario.
Pero sobre todo habrá que estar atentos a evitar las prácticas que justifican lo ilegítimo. La restitución de tierras a las víctimas es la primera tarea que debe acometer el Gobierno, ejemplo que debe ser seguido por la guerrilla. Las instituciones responsables de la educación, en su conjunto, la de la eliminación de aquellas prácticas, lo que no se logra con la simple legislación, reemplazándolas por otras que permitan la convivencia social y la competitividad a nivel internacional. Sobre las primeras, vale la pena examinar lo que nos dicen Abel Rodríguez, ex-secretario de Educación de Bogotá, en el fascículo de la Revista Internacional Magisterio, destinado precisamente a examinar el papel de la escuela en la paz, y en el mismo fascículo (81), la entrevista hecha a Marieta Quintero, coordinadora del colectivo Educación para la paz. 
Sirva lo anterior como pretexto para repensar la educación. Ella ha sido el gran fracaso a nivel mundial y en Colombia mucho más. Hoy el Estado debe ofertarla acorde con los nuevos tiempos y en consonancia con las necesidades del momento. Quienes pueden guiar al Estado en esa tarea, repitámoslo, son los mejores centros de enseñanza. Me asiste el temor de que estos no se han preparado adecuadamente para ello. Hemos esperado pasivamente a copiar los modelos que nos vengan desde los países que han logrado cierto bienestar y cierto grado de desarrollo, confiando en que al trasladar esos modelos espontánamente se resuelva el problema. Nada es más utópico.  Una gran contribución de la academia a la paz está precisamente en el aporte que pueda hacer a la educación para el futuro y a las pedagogías de paz: desarrollos propios de estas últimas tenemos a granel, basta buscarlos para encontrarlos, y mejorarlos en lo posible
NOTA DE POST SCRIPTUM: Después de divulgado este blog, fue publicada la columna de William Ospina Votar Sí: la hora de la Franja Amarilla. Nadie más autorizado que el autor de ¿Dónde está la franja  amarilla? para invitarnos a construir el país de la  Franja Amarilla


«Sólo un movimiento social nuevo, que ame esta tierra nuestra, que busque de verdad la reconciliación, que quiera verdadera justicia preventiva, es decir, justicia social, que incluso les dé una nueva oportunidad a los que nunca la tuvieron; que ponga el agua, los bosques, las energías limpias y el final de la pobreza en el primer lugar de la agenda, y que ponga a Colombia en el planeta, podrá pasar la página del país de las guerras que se bifurcan, y empezar a construir el país grande que todos sabemos que existe, que existe y que espera, el país de la Franja Amarilla.»