domingo, 10 de diciembre de 2017

EL VERDADERO NOMBRE DE LA PAZ EN COLOMBIA ES DEMOCRACIA




Así concluye la segunda entrega del poeta, novelista y ensayista William Ospina, en texto leído en Casa de América Latina en París. Vale la pena releer el párrafo completo:
El verdadero nombre de la paz en Colombia es democracia: el fin de las maquinarias y el diseño de una economía que beneficie por fin a la gente, y sincronizar la agenda nacional con la urgente agenda del mundo: energías limpias, protección de la naturaleza, detener y revertir el cambio climático, poner a la comunidad en el primer lugar de las prioridades, y convertir la cultura en el dinamizador de una sociedad de creación.

Hemos discutido con él algunos aspectos del por ahora abstracto proyecto «Laboratorio de Suma Paz», para sumarle a la paz con desarrollo, un desarrollo que sea a la vez integral, equitativo y sustentable (DIES), un desarrollo a escala humana.
La acertada táctica y estrategia con que se elaboró a comienzos del siglo pasado una economía fundamentada en el café sirve de ejemplo para lo que podría hacerse frente a la segunda oportunidad que se le abre a Colombia hacia ese DIES, a partir de los acuerdos para lograr una verdadera paz y reconciliación. Nos dice Ospina:“Ya la economía cafetera, que le permitió al país vivir modestamente pero con dignidad durante cien años, ha demostrado que hay formas posibles muy refinadas de participación de una sociedad campesina en el mercado mundial.”
Ante la ausencia de incentivos del Estado y de organizaciones gubernamentales sinceramente interesadas en apoyar al pequeño empresario, pueden surgir nuevas organizaciones campesinas que aprovechando las ventajas de la globalización, eludiendo sus desventajas, saquen un buen provecho del comercio internacional de, por ejemplo, frutas, tan abundantes y diversas en nuestro territorio. Es solo un ejemplo entre cientos posibles.
Por otra parte, debemos reclamar del mundo, como también lo señala el ensayista, que no solo demande coca y minería, más bien lo haga de productos de buena calidad que se dan en nuestra diversidad, enriquecidos con nuestros propios recursos humanos, nuestro talento, ingenio y creatividad (los TIC, no solo las ti.c.), como lo señalara García Márquez en Colombia al filo de la oportunidad.
En últimas, si queremos apostarle fuertemente a la paz, una paz que incluya a los ciudadanos todos, a los niños y niñas, hay que entender que la verdadera democracia hoy pasa no solo por la participación (de lejos la sola democracia representativa que no nos representa, genera y se alimenta de la corrupción), exige desarrollo. La educación, lo reiteramos una vez más,  una educación equitativa basada en la excelencia, alimentada por la ética social, generadora de conocimiento, de ciencia y tecnología pero también de arte y filosofía, con respeto y veneración por el conocimiento ancestral, es la ineludible puerta a ese DIES.

martes, 5 de diciembre de 2017

LAS ENCRUCIJADAS DE LA PAZ, COMPLEJO LABERINTO

En un evento al que pocos profesores activos asistimos, se presentó ayer una radiografía sobre el complejo proceso de paz desde diversas miradas.
Con gran acierto, el rector de la Universidad Nacional (UN) Ignacio Mantilla utilizó el término  «LABERINTO» para describir el proceso, recurriendo a la imagen con que se promocionó el evento

LAS ENCRUCIJADAS DE LA PAZ.
 Creo necesario y pertinente que todos los que se sientan comprometidos con reforzar el compromiso por la paz y oponerse a quienes desde la otra orilla quieren  «hacer trizas los acuerdo», firmen el comunicado que se ha hecho circular entre los profesores.

Hemos venido insistiendo en el

«LABORATORIO DE SUMA PAZ»
sin mucho éxito por ahora pero con la seguridad de que el difícil proceso así lo exige. Seguiremos insistiendo. En esta columna intento argumentar sobre su importancia. En la anterior (el lector la encuentra a continuación, por obvias razones) explicaba por qué la dirigencia de este país no está interesada en la verdadera paz, la que exige un DESARROLLO INTEGRAL, EQUITATIVO Y SUSTENTABLE (DIES).
Es triste reconocer que las fuerzas productivas en nuestro país no solo siguen rezagadas sino también comprobar que domina el oscurantismo, el sectarismo, la falta de visión política, económica y social, y que con el cese de la violencia emergen las evidencias de la tremenda crisis de la dirigencia corrupta, que parece ignorar la imperiosa necesidad de una educación de excelencia para el desarrollo de las nuevas fuerzas (la producción de conocimiento, la innovación tecnológica) y de una urgente transformación en lo político y en lo social.
Lo primero que salta a la vista es que, de no prosperar el proceso, se corre el riesgo de nuevos brotes de violencia, del surgimiento de nuevos conflictos más debastadores que los anteriores. Dejo en manos de los científicos sociales y políticos el análisis pertinente, para concentrarme en lo prometido, la conveniencia de impulsar "un laboratorio que le sume a la paz".
¿En qué consiste la idea y cómo se puede implementar? Eso corresponde a todos, los colegas de todas las disciplinas, artes y profesiones,  y solo se me ocurre desde las ciencias naturales, mi disciplina la física, el «punto de partida». (De ahí quizá la denominación de laboratorio, con el sugerente calificativo que quisiera darle.)
Como ya lo señalé en la columna anterior, el primer paso ya está dado: es el PEAMA SUMAPAZ. No es suficiente y hay que dar otro más osado: extenderlo a toda la región. Para ello es necesario buscar recursos que permitan sostenerlo y esos recursos deben provenir de fuentes nacionales e internacionales, en el entendido de que la mayor riqueza de la región está en su gente pero también en sus recursos, los cuales hay que proteger contra todos los factores que afecten a su preservación. Se me ocurre que los países amigos de la paz en Colombia y organismos internacionales como la ONU pueden ayudar en esa tarea. Una acción diplomática conjunta apoyada por la ORI podría tener muchos efectos positivos. Pero sobretodo, insisto, el compromiso de la UN como un todo es esencial.