a partir de unas reflexiones sobre la educación.
Seguirá(n) siendo tema de actualidad por algún tiempo la(s) propuesta(s) de reforma a la Ley 30 sobre Educación Superior. El ejemplar movimiento estudiantil que llevó al Gobierno Nacional a retirar (temporalmente), y a lo mejor al Congreso a ahondar sobre el tema educativo en su conjunto, eso quisiéramos, marca un hito histórico. Así me atreví a sugerirlo hace un mes en este mismo espacio. A aquel hecho se han referido comentaristas de todas las tendencias y no es para menos. Para algunos (Alejandro Gaviria), querer educación gratuita es voracidad (sic). Para otros (Eduardo Sarmiento, Francisco Cajiao y muchos más), es la única posibilidad de que los estratos de bajos recursos tengan acceso a una educación de calidad, y por ende puedan contribuir al desarrollo a escala humana. El saliente rector de la Universidad de los Andes, Carlos Angulo, asegura que la mejor forma de aumentar la cobertura es frenar la deserción: “Además de financiar matrícula, los estudiantes necesitan un sistema de bienestar universitario que les permita aliviar sus necesidades básicas de alimentación, transporte y útiles”, agrega. La consigna que mejor refleja la filosofía del movimiento es contundente:
¡la educación es un derecho, no una mercancía!
No es lo mismo hablar de educación que de enseñanza o de pedagogía. En esta ocasión hago un llamado a reflexionar sobre lo último, anticipando que hoy en día la escuela debe referirse más al aprendizaje que a la enseñanza. Pero antes quiero llamar la atención de mis posibles lectores, una buena proporción de ellos educadores o estudiantes universitarios, para que extraigan, si no lo han hecho, el mensaje que encierra la reciente columna que publicara en el diario EL ESPECTADOR el escritor William Ospina sobre Educación, con mayúscula:
http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-310939-educacion
Sus reflexiones sobre la educación han sido frecuentes. Entre las que más me han impactado destaco su discurso en Buenos Aires en septiembre de 2010, cuando se presentó el texto definitivo de la OEI, «Metas educativas 2021: la educación que queremos para la generación de los bicentenarios». “La educación que tiraniza y que irrespeta, la educación que masifica, es fuente de todos los fracasos y todas las violencias”, afirma sabiamente. He tenido también la oportunidad de escucharlo en algunos foros pedagógicos organizados por la Secretaría de Educación Distrital. Para Buinaima fue honroso publicar por primera vez su ensayo «Reflexiones sobre la educación» en 2006, en lo que constituyera una especie de declaración de nuestros principios: Conformación de un nuevo ethos cultural (http://www.ethosbuinaima.org/sedbogota/publicaciones/Conformacion_nuevo_ethos.pdf)
En esta ocasión, Ospina enfatiza: “Cada vez se esfuerzan más porque la educación nos convierta en ejecutores insensibles de tareas con las que no estamos comprometidos”. Si fuera frecuente encontrar entre los gerentes de las empresas personas verdaderamente creativas, la educación en todo el mundo tendría otras características; se estimularía más el desarrollo del talento, el ingenio y la creatividad; se insistiría menos en una formación de tipo técnico o tecnológico, a la que se llegaría por añadidura, pero con una mentalidad innovadora. Eso es lo que ocurre en Finlandia y, en gran medida, en Singapur y otros países que suelen tomarse como modelo educativo. El de Finlandia bien puede citarse, además, como modelo pedagógico.
Haciendo referencia al famoso discurso de Steve Jobs en la Universidad de Stanford, en 2005, Ospina subraya cómo el fundador del segundo gigante de multimedia recomendaba que se prefiriera la intuición a los esquemas impuestos, de la misma manera que Einstein daba más valor a la imaginación que al conocimiento: “los encorbatados ejecutivos de las multinacionales y de sus satélites académicos no acertarán a explicar cómo fue que un hombre con esa mentalidad (la de Jobs), más poética que pragmática y tan científica como estética, se convirtió en un empresario tan exitoso, un innovador tan genial, y un hombre tan digno de respeto y de memoria”.
En su famoso discurso, Jobs aclara que nunca se graduó en la universidad y explica por qué: la universidad que eligió era casi tan cara como Stanford. “Y aquí estaba yo, gastando todo el dinero que mis padres habían ahorrado durante toda su vida. Así que decidí retirarme y confiar en que todo iba a resultar bien”, remata Jobs. Moraleja: si con la reforma, tal como ha sido inicialmente planteada, se aspiraba a disminuir la deserción, el resultado habría sido todo lo contrario, particularmente si se reconoce que no todos los estudiantes de estratos económicos desfavorecidos podrán tener la oportunidad de sobreponerse y destacar como Jobs.
Sirva lo anterior de abrebocas para referirme al tema de esta nota. Si hay alguna razón fuerte para denominar a ésta La Sociedad del Conocimiento, más allá de los requerimientos de las multinacionales, esa es sin lugar a dudas el descubrimiento de que el talento no nace, se hace. De lo que no cabe duda alguna es que se nace con una cierta vocación que el buen pedagogo ayuda a descubrir desde temprano. En eso consiste esencialmente la pedagogía. Quien tuvo dotación para una determinada actividad intelectual y logró desarrollar el talento necesario para convertir su actividad en algo fecundo, sabe muy bien la ardua disciplina a que tuvo que someterse. Pero el empeño no habría sido suficiente si la pasión por lo que hace no le hubiera animado a llegar hasta el final. Por la misma razón la educación que masifica termina por excluir a la mayoría.
El talento se desarrolla, es la conclusión del párrafo anterior. Pero hay algo que debe subrayarse, no siempre reconocido: en principio todos y todas pueden, bajo circunstancias adecuadas, desarrollar su(s) talento(s). No podría, por brevedad, detenerme aquí en el cómo, por lo que recurro al interés del lector para visitar nuestra página, http://www.ethosbuinaima.org/sedbogota, construida con apoyo de la Secretaría de Educación del Distrito. Las estrategias sugeridas, 8 en total, se denominan estrategias ludo-pedagógicas. Son apenas el punto de partida para invitar a los docentes a la reflexión pedagógica y a los que tengan que ver con el asunto a comprometerse a fondo con una educación, no ya de calidad, sino de excelencia; no solo en el nivel superior, punto de llegada, sino desde el punto de partida, la educación inicial, a través de la básica primaria y secundaria; el nivel que se logre alcanzar en estas determina la efectividad de la primera y el desarrollo creativo e innovador del talento.
Mucho he reflexionado sobre cuál es la importancia de ampliar la cobertura en el nivel superior. La conclusión a la que he llegado es múltiple: 1) es requisito indispensable si se quiere ingresar a la sociedad del conocimiento; 2) es lo que permite a cada quien hacer su aporte en lo que destaca y sentirse realizado en ese nuevo tipo de sociedad para el siglo XXI; 3) es la única forma de competir dignamente en un ambiente globalizado, para que los beneficios no cobijen al 1 %. Podría seguir enumerando beneficios, pero prefiero hacerlo en próximas oportunidades.
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