Dan ganas de sentarse a llorar sobre la tinta derramada en los periódicos, la mayoría abiertamente a favor del supuesto vencedor, el procurador; las columnas de opinión cubren todos los espectros. También los resultados de las elecciones dan grima. Sobre la destitución y sus consecuencias, el autor de Pa que se acabe la vaina saca una conclusión válida: ¿esa mano que firmó la destitución de un guerrillero reinsertado es la misma que va a firmara los acuerdos de paz? De acuerdo: el destituido se ganó la animadversión de muchos. Aceptemos que cometió errores administrativos, que su ego le llevó a crear en la ciudad algunos desbarajustes que sus asesores pudieron ayudar a corregir. Sus intentos por cambiar de un golpe décadas de privilegios de los intereses privados sobre los públicos pudieron llevarlo a excesos en sus atribuciones. Pero su falta no merecía la eliminación de la vida pública. ¿Cuántos funcionarios corruptos no merecen que sus funciones públicas acaben en la cárcel? Pero también es cierto: nuestra justicia no cogea, simplemente predomina el espíritu de la corrupción y de la deshonestidad en sus tribunales.
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