«Mientras el 31% de los estudiantes de Singapur o Corea del Sur son capaces de resolver los problemas más difíciles que les planteó la prueba, tan sólo el 1,2% de los colombianos entran en los niveles 5 y 6. El 61% de los jóvenes colombianos quedaron por debajo del nivel 2.» Y la Ministra, como siempre, se sale por la tangente: Aunque ocupó el último lugar, «Colombia tuvo el coraje de medirse con los mejores.»
Sí hay enormes ventaja, tras
conocer los resultados: 1) ahora sabemos que es imposible empeorar; 2) si la prueba
se le aplicara a los (des)escolarizados políticos, el porcentaje que entraría a
los niveles 5 y 6 sería más escaso.
Lo más inmediato de la lección
que deja tan amargo resultado: a pesar de que el diagnóstico, “la culpa la
tienen los maestros”, no es correcto aunque tenga algo de cierto, en parte por
la falta de compromiso y por la no permanente actualización de la mayoría, también
aprendimos que con la actual clase
dirigente no podremos cambiar el panorama. Corresponde, como siempre, tomar la iniciativa a la
omnipotente sociedad civil, la cual
no se ha tomado en serio su enorme poder de transformación. Por ejemplo: ¿nos hemos preguntado en la Universidad Nacional y en las otras universidades del Estado si podremos hacer algo por empezar a salir del fondo del abismo? Se dirá que el déficit presupuestal no da para más, pero indudablemente que podemos ayudar sobre todo a los maestros para que entiendan que está en juego el futuro de las nuevas generaciones de colombianos.
Empieza a tomarse conciencia en
algunos medios de comunicación y en algunas redes sociales, más allá de los
sectores académicos, que el tema de la educación es importante. A modo de
ejemplo, remito a mis lectores a la página de Semana
Los candidatos a la presidencia, así sea hipócritamente, tendrán que referirse al asunto. Desde esta columna seguiremos insistiendo y aliándonos con las organizaciones y personas que quieran participar propositivamente en la solución desde la organización civil.
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