La razón es muy sencilla: ellos,
la mayoría de los líderes políticos, herederos de quienes han detentado el
poder por cerca de dos siglos, no entienden que la paz de una nación cada vez
más depende del grado de desarrollo integral, equitativo y sustentable (DIES),
un verdadero desarrollo a escala humana. Ellos han acusado a los sectores
progresistas de ser los responsables de la violencia, sin reconocer el origen
real en la inequidad y en la injusticia social. Por eso, aunque se hayan
firmado y se firmen acuerdos con la(s) guerrilla(s), mientras subsistan las
condiciones que generan el malestar y la descomposición social, otras formas de
violencia continuarán.
El verdadero nombre de la paz es el título de una serie de columnas que el escritor William Ospina publicará en el periódico El Espectador. La primera (3 de Diciembre de 2017), de donde fue tomado el párrafo anterior, coincide en el diario con el “homenaje a más de un centenar de líderes sociales asesinados durante 2017 por defender los intereses de sus comunidades frente a las mafias que aprovechan el posconflicto”. A un año de firmado el Acuerdo que le valió a Juan Manuel Santos el Premio Nobel de Paz en su versión 2016, no puede afirmarse que la paz haya sido un fracaso. El fracaso ha sido del Estado en su conjunto, Ejecutivo, Legislativo y Judicial. El primer componente no ha sabido, el segundo no ha querido y el tercero no ha podido estar a la altura de la responsabilidad histórica del momento. Es que los acuerdos son una amenaza para la dirigencia que ve disminuidos sus intereses en un verdadero escenario de paz con desarrollo. Ese desarrollo depende de la educación, la ciencia, la tecnología y las organizaciones que aprenden, como lo señalara la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo hace ya un cuarto de siglo.En un momento de la historia en que el mundo entero requiere planes de reforestación, protección de la naturaleza, cambio de paradigmas en el modo de vivir y de consumir, recuperación de valores esenciales, solidaridad, acompañamiento de sectores vulnerables, liderazgo cultural y reinvención de los modelos de emulación social, es prioritario brindar a los jóvenes la oportunidad de protagonizar los cambios civilizados, para lograr incluso algo asombroso pero harto posible: que la proverbial abnegación de los jóvenes les permita ser ejemplares para una sociedad que nunca supo ser ejemplar con ellos.
La deuda histórica con el campesinado no se saldará, la imperiosa necesidad de una modernización en la educación y de reformas sustanciales en los regímenes político y judicial no podrán salir adelante mientras la dirigencia sea la misma. La esperanza para el cambio está puesta en las nuevas generaciones de colombianos, de ahí la importancia de diseñar, implementar y ejecutar un plan de educación a largo plazo que no solo dé cumplimiento a la ley, sino que tenga en cuenta las nuevas condiciones en un escenario de reconciliación no solo entre nosotros sino también con la naturaleza, en un ambiente de desarrollo científico y tecnológico que depende a su vez de una educación de excelencia al alcance de todos.
El proyecto «LABORATORIO DE SUMA PAZ» que hemos venido proponiendo, liderado por la Universiad Nacional de Colombia (UNC), sería un paso importante en la dirección de construir las condiciones que favorezcan el cambio. No cabe esperar que ese paso lo pueda dar el establecimiento. Tampoco ayudará la iniciativa privada no comprometida con la reconciliación. En medio de la polarización del país, la UNC como patrimonio de todos los colombianos es el escenario en donde los abrazos de paz son más sinceros y comprometidos.
Se hace necesario crer un gran movimiento social que sepa aprovechar las fuerzas internas y externas que soplan a favor de la paz con desarrollo a pesar de los vientos en contra provocados por los enemigos del cambio hacia un desarrollo integral, equitativo y sustentable. El sector académico tiene la palabra sobre cómo lograr lo que parece imposible: es un asunto estratégico.
«LABORATORIO DE SUMA
PAZ»
PARA SUMARLE A LA PAZ
CON DESARROLLO
El punto de partida es el PEAMA
SUMAPAZ. Este PEAMA es diferente a todos los demás. Con un modesto comienzo,
dependiendo por ahora de las becas que paga la Secretaría de Educación del
Distrito Capital (SED), es quizá el más promisorio de los programas especiales
de admisión si se logra integrar a toda la Región del Sumapaz. La región abarca una considerable extensión (16 municipios) del departamento de Cundinamarca y se prolonga a cuatro departamentos más. Otrora territorio de guerra, las reservas que contiene exigen una explotación racional de los recursos: un verdadero laboratorio de paz. Seguiremos insistiendo y avanzando sobre la propuesta.
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