Para empezar, debe hacerse un profundo análisis retrospectivo de lo que ha dado como resultado una extraña mezcla cultural que nada tiene que ver con el Nuevo Ethos propuesto por nuestros sabios, hace ya 16 años. La Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo se conformó a partir de un desafío propuesto por Rodolfo Llinás. El ilustre comisionado formulaba dos preguntas: ¿Cómo acelerar y modernizar la educación, el avance científico y tecnológico y la capacidad para el crecimiento económico, bases de la optimización y el desarrollo? ¿Cómo impulsar sosteniblemente la ciencia, la educación y el desarrollo para el bienestar y el progreso democrático de todos los colombianos? El rezago en la educación de sus gentes, nos decía, ha impedido en Colombia el progreso socio-económico. Llinás reconocía desde entonces que las crisis sociales y ambientales de los países industrializados eran una demostración de que la productividad económica y los avances del conocimiento humano exigían una fundamentación en un contexto civilizador. La revolución educativa, por tanto, debía generar un nuevo ethos cultural. "El problema no es sólo dónde estará Colombia dentro de doscientos o mil años, sino cuál será su recorrido dentro de ese marco temporal y su posicionamiento en el panorama humano e internacional."
Cuando La Misión presentó su informe conjunto, el 21 de julio de 1994,el entonces presidente Gaviria celebraba:
Ya tenemos alistado el navío, izadas las velas y trazado el rumbo; sólo nos falta zarpar al nuevo mundo que ya tenemos imaginado.
Por lo visto, ni siquiera zarpamos; o lo que es peor, lo hicimos en dirección equivocada. El próximo 21 de julio, el día después del primer bicentenario, nos estaremos preguntando: ¿Dónde perdimos la carta de navegación? ¿Qué país vamos a heredar a nuestros hijos? ¿Dónde está la anhelada Sociedad del Conocimiento?
Para empezar, tendremos que construir la sociedad del aprendizaje. La de las organizaciones que aprenden. Si diversas organizaciones de la sociedad, llámense públicas, privadas, o simplemente de la sociedad civil no están preparadas para aprender, el avance en espiral es imposible. Los errores se repetirán cíclicamente. Pero la verdadera sociedad del aprendizaje parte de un replanteamiento de la educación. Es cierto que se requiere incorporar masivamente a nuestra cultura las ciencias y las tecnologías más modernas. Mas, como puede concluirse del epílogo del famoso informe conjunto, sin una educación de calidad para todos será imposible cultivar las vocaciones científicas, tecnológicas, humanísticas y artísticas; y sin científicos, tecnólogos, humanistas y artistas bien formados, “será imposible realizar una verdadera reforma cualitativa de la educación o reconfigurar las entidades oficiales y privadas en organizaciones que aprendan, se transformen y transformen a su medio.” Sin este tipo de organizaciones se hace imposible a su vez lograr una adecuada educación, hacer ciencia, tecnología, arte y filosofía. Hay que obtener a toda costa los recursos necesarios para financiar esa educación de calidad para todos. Los parámetros básicos de esa educación de calidad no pueden ser exógenos, aunque es evidente que habrá que tomar como modelo esquemas exitosos. De los cuatro factores básicos, concluye el informe, el más importante y el que podemos afectar más directamente es la educación. “La Misión propone centrarse inmediatamente en su transformación.”
Así, pues, requisito básico para ingresar a la anhelada Sociedad del Conocimiento, antesala de la sabiduría, es saber resolver la contradicción anterior. Ello exige un examen inteligente que permita dirimir los conflictos. A los términos de la contradicción volveremos reiterativamente.
Empecemos por aceptar que la inteligencia ha sido reformulada y que la sabiduría, al igual que la imaginación, como dijera Einstein, es más importante que el conocimiento. Aquella es la concepción justa de los fines de la vida (Russell) o, lo que es equivalente, el uso adecuado del conocimiento en los asuntos humanos (Hook). Se requiere de talento, ingenio y creatividad para reencontrar el rumbo. Y recordar la frase final en el epílogo firmado por los ex comisionados el 21 de julio de 1994:
Por ello, al entregar el informe conjunto de esta Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, y dar por cumplida esa misión, apenas estamos ofreciendo un primer cuaderno de bitácora con los rumbos iniciales para emprender una nueva Misión en la que participen todos los colombianos. Será una Misión Cartográfica permanente que precise esos rumbos y elabore las rutas detalladas. Sobre estos primeros bocetos que hoy entregamos, esa nueva Misión que nos compete a todos trazará certeramente el mapa del país que imaginamos y los caminos que lo harán realidad.En conclusión, no solo hemos perdido el rumbo. La carta de navegación no estaba completa: era solo un cuaderno con los rumbos iniciales... pero ni siquiera hemos tenido en cuenta esas primeras indicaciones.
Para terminar con una frase que servirá de preámbulo al siguiente capítulo de estas reflexiones sobre educación, vuelvo al informe. En el capítulo 4o (pg. 74 en la edición de Editorial Magisterio) se lee:
La baja calidad de la educación formal básica incide negativamente sobre la educación superior, sobre la efectividad del sector productivo y la calidad de la fuerza laboral, sobre la producción científica y tecnológica y aún sobre el desempeño cívico y cultural de la población. Esto se refleja en la falta de actitudes civilizadoras como la solidaridad, la equidad, la convivencia pacífica y el respeto por la vida.La inequidad en la educación será el tema central de la continuación de estas reflexiones.