lunes, 8 de marzo de 2010

PROGRAMA DE INCLUSIÓN Y TALENTO, II.

PROGRAMA «DESARROLLO DEL TALENTO CON INCLUSIÓN»:
UN PLAN PARA LA ATENCIÓN A LA DIVERSIDAD ESCOLAR,
DIRIGIDO A LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO ETHOS,
A PROPÓSITO DE LOS BICENTENARIOS. SEGUNDA PARTE
Conformar en Colombia un nuevo ethos cultural que ponga fin a la inequidad, la discriminación, la violencia y la intolerancia, atrasos centenarios, y que termine con la corrupción, las guerrillas, los paramilitares, las bandas criminales, la insolidaridad ciudadana y las crecientes mareas del delito, como las denomina William Ospina, nuevas facetas que la descomposición socio-política ha incorporado a la cotidianidad y a las que el perverso funcionamiento del sistema arrastra niños, adolescentes y jóvenes, viejos y nuevos males que, sumados y acrecentados por la carencia de un significativo número de líderes en todos los campos, hacen de Colombia un país atrasado socio-económica, política y culturalmente, es la tarea del momento. Planteada hace más de 15 años por la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo en términos de organizaciones que aprendan, el resultado ha sido todo lo contrario porque las recomendaciones no solo fueron echadas al olvido sino que simultáneamente proliferaron la improvisación, el facilismo, el oportunismo, el enriquecimiento fácil y la ley del menor esfuerzo, entre otros males socio-políticos. La oferta de una educación con supuestos estándares de calidad se centra cada vez más en el sector privado. Gracias a una educación cada vez más pobre para los pobres el sistema se ha vuelto cada vez más excluyente y ha generado día a día más violencia.
Somos un país sobrediagnosticado. Si al empezar el nuevo milenio nos invitaban a repensar a Colombia, lo urgente ahora es rehacerla. Los bicentenarios, el de 2010 y el de 2019 son ocasión propicia para ello. No es permitiendo que la misma clase o casta política corrupta y apátrida, enriquecida con nuevos inquilinos y grupos emergentes que dicen representar a los sectores populares, en un maremágnum de partidos sin claras ideologías y carentes de objetivos a largo plazo, se abroguen el derecho de celebrar supuestas o reales efemérides. La historia de los mayoritarios sectores populares probablemente no está representada plenamente en los actuales manuales de historia.
Dejando de lado las anteriores consideraciones de carácter histórico cultural, de lo que se trata es de generar nuevas formas de pensar y de actuar. Esa es en el fondo la recomendación más valiosa de La Misión y es la que proponemos rescatar. ¿Cómo materializarla en la supuesta sociedad del conocimiento? Proponemos que debe empezarse por conformar la sociedad del aprendizaje, del aprendizaje colectivo. Sugerimos que hay que continuar con el enriquecimiento de talento humano, pero de talento colectivo, talento con proyección social. Una sociedad del conocimiento debería estar conformada por ejércitos de conocedores. Pero un ejército de científicos, técnicos, humanistas, artistas y deportistas aislado, desarticulado, no es la solución. Una academia de espaldas a la realidad social carece de sentido. Un matemático o un economista, un científico o un ingeniero que no se pregunte para qué sirve su disciplina o su profesión en una sociedad descompuesta carece de valor agregado social. Lo mismo puede decirse del artista, humanista, escritor o deportista, del industrial, empresario o emprendedor en cualquiera de los campos del desempeño que la nueva era de la información, la comunicación y la actividad humanas sugieren. Se ha hablado de las t.i.c. en el contexto virtual. Quisiéramos hablar de los T•I•C en el contexto real y humano.
Las nuevas y artificiales o virtuales tecnologías de la información y de la comunicación (t.i.c.) terminan por deshumanizar aún más si no están acompañadas de nociones elementales de afectividad y de sociabilidad. Los viejos T•I•C, a saber, el talento, el ingenio y la creatividad humanos o naturales, también los hay artificiales, fortalecidos con la sensibilidad, la responsabilidad con el ambiente y el compromiso social, son la mayor riqueza en la sociedad del conocimiento si esta aspira a convertirse gradualmente en la sociedad de la sabiduría. No es lo mismo conocimiento que información, ni aquel es equivalente a sabiduría. Esta es, en palabras de Bertrand Russell, «la concepción justa de los fines de la vida». O para complementar esa definición con la visión que propusiera Sydney Hook: «el uso correcto del conocimiento en los asuntos humanos». En esto consiste la sabiduría, así de simple es ella; pero involucra seguramente formas complejas de pensamiento… y de acción; no escatima las ciencias de la complejidad.
No en vano filosofía, etimológicamente, es amor a la sabiduría. Conocer ni siquiera es lo mismo que comprender. La educación es un proceso que debe pasar por todas las etapas y que debe terminar por hacernos más sabios, no solamente competentes en el sentido pragmático de la palabra, el único sentido que han querido darle algunos ideólogos de la educación en competencias. Con Federico Schiller, hemos de repetir que la aspiración dentro del nuevo ethos es lograr que los sentimientos sean razonables y la razón sea sensible; a ese propósito apunta la nueva sabiduría, pues no puede el cerebro cognitivo estar separado de su parte afectiva.
Después de estas consideraciones, volvamos al punto de partida. Para ello retomemos la reflexión de Wasserman: “Es evidente que quien tiene los medios no duda en dar a sus hijos una educación que les dé ventaja competitiva sobre los otros jóvenes de su generación. El Estado debe tener instituciones que den esa misma oportunidad a los hijos de ciudadanos que no tienen la capacidad económica para pagarla. De otra manera, genera una situación en la que se perpetúa el liderazgo social en manos de los grupos minoritarios y pudientes. La calidad no es consideración accesoria en balance de equidad social.” Es más que urgente aplicar esta reflexión, inicialmente pensada para la educación superior, también a la formación básica en la escuela pública, en la cual no parecen proliferar como norma los parámetros de calidad convencionales, si se quiere que de estratos populares surjan líderes formados en las distintas áreas del conocimiento.
El Programa de Inclusión y Talento que se ha propuesto desarrollar Buinaima con el apoyo de sus instituciones honorarias requiere de recursos físicos y humanos que permitan extenderlo a vastos sectores de la población, particularmente a los más vulnerables. Se parte de la premisa de que ellos nacen con los viejos T•I•C. Pero es indispensable explorarlos, desarrollarlos y potenciarlos. La escuela tradicional echa a perder esas dotes excepcionales. La responsabilidad, empero, no recae en el maestro tanto como en una mala concepción de la educación en su conjunto. Está más allá del propósito de esta nota examinar las razones de fondo. No existe en rigor una sociedad del conocimiento pero podemos generar la del aprendizaje y la cordura o razonabilidad, a condición de que se transforme la escuela y sea en verdad incluyente. La posibilidad de lograrlo está en los escolares, niños y niñas, adolescentes y jóvenes, con la orientación de maestros y maestras comprometidos, dispuestos a cambiar sus estrategias pedagógicas.
Cómo generar esos recursos requiere de una alianza academia-empresa-estado, tarea que someto a consideración, elaboración y discusión de todas las instituciones y personas interesadas en el producto final: un nuevo ethos cultural. El aporte que Buinaima puede hacer es poner al servicio de la educación en su conjunto las estrategias que ha venido desarrollando en cerca de un lustro de trabajo en el campo.
Con motivo del primer año de los bicentenarios y en los próximos, 2010-2019, seguiremos buscando y propiciando espacios para tan importante reflexión. Llamo la atención del lector al número 42 de la Revista Internacional Magisterio, en donde al lado de otras contribuciones se encuentra una del suscrito con el título: ¿Era de la información o de la transformación?

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