Es fácil juzgar desde la física. Las leyes de la física siempre se cumplen. Sus principios se mantienen, por encima de todo. Por eso para un físico es fácil decir: "Juro hacer cumplir las leyes de la física y mantener en alto sus principios". Es más difícil hacerlo desde los valores.Y sin embargo, algo puede decir un físico sobre el escándalo de las "Cortesgate". Van aquí mis modestas opiniones, inspiradas en lo que hemos denominado un nuevo ethos. Lo considero un ejercicio académico no solo interesante sino también útil, dada la laxitud en el obrar del colombiano promedio y de su rigor en querer establecer leyes para todo. Son normas que no se cumplen, porque para violarlas siempre hay mecanismos legales al alcance de nuestros (en promedio torcidos) expertos en derecho. El deterioro de la justicia es peor, porque no solo el abogado, también el juez parece decir al convicto o al confeso (o al acusado, no es lo mismo): dime cuánto puedes pagar en dinero y te diré cuánto tendrás que pagar en cárcel.
En física, cuando decimos que hay varias teorías, lo que queremos decir es que no hay teoría: todo se vale, o al menos no hay un criterio unificado. Por eso nos preocupa mucho reconocer que de alguna manera hay unas leyes para el mundo clásico y otras para el mundo cuántico. Sin embargo, los principios son esencialmente los mismos: se conserva la energía, la cantidad de movimiento, la carga y otras cosas que no viene al caso mencionar íntegramente; por eso son principios.
De ahí que me conmoviera profundamente la afirmación de un abogado de apellido De la Espriella, cuando tozudamente dio a entender que una cosa es la ética y otra es el derecho, en una entrevista por RCN. Me impresionó todavía más que, después de las críticas que recibiera por parte de varios columnistas, se ratificara en El Heraldo, apoyándose en diversas teorías sobre el derecho. Dejo a nuestro querido colega Mauricio García la tarea de seguirlo convenciendo de su error, aunque estoy seguro que no logrará el arrepentimiento del abogado ni el de su defendido (todavía tocado) Pretelt. Llama la atención que el abogado no distinga entre ética y moral; para mí no es lo mismo, así como tampoco la palabra ethos que tanto nos gusta en Buinaima es equivalente a ética. Remito al abogado a nuestro libro Conformación de un nuevo ethos cultural, varias veces citado en esta columna, para que aprecie la diferencia entre los términos. (Obtenga la versión electrónica aquí.)
Hacer un análisis del comportamiento y sus implicaciones con base en la interpretación de la norma es un ejercicio innecesario para lo que me propongo en esta columna; para lo primero está el derecho bien ejercido. Una norma aceptada por todos es no dar por sentada la culpabilidad del reo antes de un debido proceso. Entonces sí habrá que aceptar que a Pretelt no se le puede juzgar antes de tiempo, a pesar de que todos los días surgen supuestas evidencias en su contra, no solo el escándalo de Fidupetrol. El problema al que me propongo aportar no es si el reo es culpable (por más tocado que sea puede serlo) o inocente de todo lo que se le imputa y de lo que sigue apareciendo. ¡No!, tampoco es mi papel.
El problema es: ¿qué está pasando en Colombia? Me remito al Holocausto del Palacio de Justicia, del cual se conmemoran, más que celebran, 3 décadas. (¡Otra vez el lenguaje!) Algunos sentimos que allí empezó el deterioro reciente de unas cortes que se creían inmaculadas. Los magistrados de entonces inspiraban confianza, no solo por su saber, también por su comportamiento. Se había logrado un ethos cvilizador, propicio para cambios mayores.
En física creemos que todo fenómeno tiene una causa, de ahí el principio de causalidad; aunque la física cuántica es en realidad una teoría probabilística, podemos rastrear las causas de los fenómenos cuánticos. Un promedio estadístico nos dice que la probabilidad de que la actuación de un ejercitante del derecho en Colombia (incluso tratándose de abogados extranjeros) sea torcida es elevada; y que el colombiano promedio sea más laxo en la ética quizá que el europeo promedio, también. Las causas aquí son más complejas y es de advertir que no están en la naturaleza del colombiano. Antes las altas cortes estaban a salvo de la política, vale decir, de malos abogados y de coimas. También podemos rastrear las causas del cambio, aunque sea más complicado.
¿Qué tiene que ver lo anterior con el Palacio de Justicia? Sencillo: hay algunas relaciones de causa-efecto bien conocidas. El M19 surgió del fraude electoral de hace ya 45 años. Y el sacrificio de los magistrados de entonces, quienes no generaban duda alguna en su comportamiento jurídico, fue consumado por quienes decían defender la patria. Y sin embargo, ¡la toma del Palacio no fue una sabia decisión del M! (Juzguen los lectores, en promedio más cultos que el colombiano promedio, la mayoría de nivel universitario, a quién atañe la responsabilidad histórica.)
Hablando de ejercer justicia, podemos remontarnos a la Revolución de los Comuneros y más allá... el problema de la justicia social en Colombia es un problema histórico aún sin solución. Pero es que el problema actual es mucho peor: hemos llegado a límites verdaderamente intolerables para cualquier Estado de Derecho.
Por eso el escándalo de las cortes, no es solo el Preteltgate, es el Colombiangate. ¡Así de simple! (Simple física, Maestro.) Por eso también la reacción del más implicado no es solo desproporcionada, es simplemente bestial. ¡Si me voy, nos vamos todos!, vocifera.
Pero hay algo positivo cuando se toca fondo, y eso es lo que debe aprovecharse. Es el reconocimiento de que no basta un cambio de personas: tenemos que comprometernos con un nuevo ethos cultural, para que haya una verdadera reforma de la justicia. Ese reconocimiento es el comienzo de una verdadera transformación que prepare el terreno para lo que vendrá en el llamado postconflicto: se requiere recuperar la confianza perdida.
Coletilla: leyendo la columna de Ospina hoy, 22/03/2015, dedicada a un verdadero maestro, se entienden las palabras de García Márquez hace 20 años: la educación, no ya de calidad sino de excelencia, cuando la excelencia y la ética coincidan, no al alcance de unos pocos sino para todos, una educación de excelencia en la equidad, desde la cuna hasta la tumba, será el órgano maestro para el cambio que se requiere. Ese sería un primer gesto de justicia social.
El problema es: ¿qué está pasando en Colombia? Me remito al Holocausto del Palacio de Justicia, del cual se conmemoran, más que celebran, 3 décadas. (¡Otra vez el lenguaje!) Algunos sentimos que allí empezó el deterioro reciente de unas cortes que se creían inmaculadas. Los magistrados de entonces inspiraban confianza, no solo por su saber, también por su comportamiento. Se había logrado un ethos cvilizador, propicio para cambios mayores.
En física creemos que todo fenómeno tiene una causa, de ahí el principio de causalidad; aunque la física cuántica es en realidad una teoría probabilística, podemos rastrear las causas de los fenómenos cuánticos. Un promedio estadístico nos dice que la probabilidad de que la actuación de un ejercitante del derecho en Colombia (incluso tratándose de abogados extranjeros) sea torcida es elevada; y que el colombiano promedio sea más laxo en la ética quizá que el europeo promedio, también. Las causas aquí son más complejas y es de advertir que no están en la naturaleza del colombiano. Antes las altas cortes estaban a salvo de la política, vale decir, de malos abogados y de coimas. También podemos rastrear las causas del cambio, aunque sea más complicado.
¿Qué tiene que ver lo anterior con el Palacio de Justicia? Sencillo: hay algunas relaciones de causa-efecto bien conocidas. El M19 surgió del fraude electoral de hace ya 45 años. Y el sacrificio de los magistrados de entonces, quienes no generaban duda alguna en su comportamiento jurídico, fue consumado por quienes decían defender la patria. Y sin embargo, ¡la toma del Palacio no fue una sabia decisión del M! (Juzguen los lectores, en promedio más cultos que el colombiano promedio, la mayoría de nivel universitario, a quién atañe la responsabilidad histórica.)
Hablando de ejercer justicia, podemos remontarnos a la Revolución de los Comuneros y más allá... el problema de la justicia social en Colombia es un problema histórico aún sin solución. Pero es que el problema actual es mucho peor: hemos llegado a límites verdaderamente intolerables para cualquier Estado de Derecho.
Por eso el escándalo de las cortes, no es solo el Preteltgate, es el Colombiangate. ¡Así de simple! (Simple física, Maestro.) Por eso también la reacción del más implicado no es solo desproporcionada, es simplemente bestial. ¡Si me voy, nos vamos todos!, vocifera.
Pero hay algo positivo cuando se toca fondo, y eso es lo que debe aprovecharse. Es el reconocimiento de que no basta un cambio de personas: tenemos que comprometernos con un nuevo ethos cultural, para que haya una verdadera reforma de la justicia. Ese reconocimiento es el comienzo de una verdadera transformación que prepare el terreno para lo que vendrá en el llamado postconflicto: se requiere recuperar la confianza perdida.
Coletilla: leyendo la columna de Ospina hoy, 22/03/2015, dedicada a un verdadero maestro, se entienden las palabras de García Márquez hace 20 años: la educación, no ya de calidad sino de excelencia, cuando la excelencia y la ética coincidan, no al alcance de unos pocos sino para todos, una educación de excelencia en la equidad, desde la cuna hasta la tumba, será el órgano maestro para el cambio que se requiere. Ese sería un primer gesto de justicia social.
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