Si en las conversaciones o diálogos de paz el principio fundamental es "nada está acordado hasta que todo lo esté", ¿a qué se opone el uribismo? Con base en ese principio, si llegara al poder, podría echar fácilmente por la borda todo lo que se acuerde de aquí a entonces. Así lo ha expresado públicamente su candidato Zuluaga. Pero entonces, ¿de qué podría echar mano para su campaña? Esa es la razón de ser de la oposición intransigente a todo lo que salga de las reuniones en Cuba. Dejo ese somero análisis y otros más sobre lo que está ocurriendo en la Mesa de Negociaciones a los politólogos y a los comentaristas, quienes en su gran mayoría (salvo los de siempre) ven resultados positivos en los diálogos, aunque el escepticismo sea la nota dominante. El hecho es que se avanza en la agenda, y que las FARC no han sido tan intransigentes, contrariando así las esperanzas de quienes se oponen a los diálogos en procura de la paz.
Hay varias notas a destacar entre los muchos análisis a nivel nacional, de los cuales transcribo 3 fragmentos tomados de los medios de mayor influencia, El Tiempo, Semana y El Espectador, en ese orden. El editorial del primero declara:
El camino recorrido ya justifica el esfuerzo, al paso que va quedando claro cuáles son los grandes desafíos que tiene por delante nuestra sociedad y se han planteado formas acertadas para encararlos. El solo hecho de que el debate público hoy apunte menos a lo bélico y más a lo social es una ganancia.
María Jimena Duzán escribe en su columna:
En realidad un acuerdo que tiene como fondo la reconciliación entre la sociedad –no solo con las Farc–; que le da representatividad a los nuevos movimientos sociales y políticos que han ido creciendo por fuera de los partidos tradicionales, no puede ser bienvenido por el uribismo. Y la razón es muy sencilla: en ese grupo político no hay necesidad de ampliar nuestra democracia sino de restringirla.
William Ospina retoma en la suya la realidad más protuberante, la cual explica por qué hemos llegado tan lejos en el (des)ordenamiento territorial y el resquebrajamiento político y social:
Si Colombia fuera un país justo y próspero, de ciudadanos reconciliados, con una comunidad solidaria, donde los jóvenes tengan claro su futuro y el horizonte de sus oportunidades, uno podría entender que haya gente empeñada en que nada cambie. Pero en un país tan catastróficamente estratificado, acosado por todas las violencias, donde a medida que crece la economía crecen la desigualdad y la injusticia, es evidente que los que se oponen a un cambio o son insensibles al sufrimiento o se benefician del caos.
En los acuerdos de La Habana resulta tan importante desmovilizar a la guerrilla como fortalecer nuestro escuálido sistema democrático.
Valdría la pena que el paciente lector leyera también el análisis que hace Alfredo Molano Con acento regional. Mi interés principal en el futuro inmediato es imaginar lo que puede venir después, si se llega a un acuerdo con las Farc y con otros grupos y se avanza en "la reconciliación entre (los diferentes estamentos de) la sociedad", como propone María Jimena y a muy a pesar del (f)uribismo. Es imposible hacerlo de un solo golpe, y dedicaré al asunto varios espacios por un tiempo que puede ser tan largo como el de las negociaciones. Permítanme por ahora anunciar que la educación de las nuevas generaciones será el tema central (ellas son las que pueden cambiar el rumbo), y con él arrancaré en la próxima columna a partir de una reflexión sobre lo que constituye el punto de partida: la asociación de un enorme número de células que da lugar, no simplemente al cerebro, sino también a una mente inteligente; misma que, a la luz de nuevos descubrimientos, puede acercarnos a lo que denominaré conciencia colectiva. Hasta pronto.
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