Ya libre del compromiso que hubiera tenido que adquirir (los colegas de nuestra Alma Máter me entienden), vuelvo a insistir con las reflexiones sobre el papel de la Universidad Nacional de Colombia en uno de los países más inequitativos del planeta. Posteriormente volveré sobre las anteriores.
En una columna previa quise comparar los logros de Mandela con los fracasos en Colombia, es decir, la falta de liderazgo en nuestro país, en contrasta con Suráfrica. Después de 22 años de la Constitución del 91, no hemos logrado cambios trascendentales. Seguimos empeorando en salud, educación, justicia y otros temas pendientes. La reforma a la salud sigue por mal camino, pruebas recientes en educación, nacionales e internacionales, indican que no poseemos la mejor arma para transformar la agobiante realidad, y en cuanto a la justicia, el poder omnímodo del procurador es un reflejo de lo que pasa, para no citar casos recientes de corrupción en donde menos debería existir.
¿Qué tiene que ver la universidad con todo esto? Mucho, en la medida en que puede aquí germinar el nuevo ethos por el que se viene clamando desde hace 20 años, indispensable desde hace más de un siglo. Una propuesta sensata sería plantear alternativas revolucionarias, siglo XXI, en un sentido moderno, que nos permitieran una nueva visión de país, podría llamarse Visión 2019, con miras al II Centenario de la llamada Independencia Política.
Este espacio lo quisiera destinar a menudo a propuestas desde la educación superior, promovidas en la Universidad Nacional. De ahí la denominación de la columna de hoy, apenas un abrebocas. Gracias por su atención y bienvenidos sus comentarios.
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